Das Boot – El Submarino (1981)

Oscuridad, hambre, calor, tensión, frío, tedio, agobio, presión, miedo. Wolfgang Petersen consigue que te sientas en un submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial.

Desde la primera toma, en la que un verde plano lo inunda todo transmitiendo la densidad y oscuridad del mar, “Das Boot” nos traslada a bordo del U 96, un submarino tipo VII C en plena Batalla del Atlántico. Y sí, la densidad y oscuridad están presentes en las tres horas veinte minutos que dura la película, tanto dentro de la misma como en el no precisamente rápido guión. Pero eso es bueno.

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Cartel de la película. El fundido entre el comandante y su submarino es bastante significativo.

Quien quiera ver una película de acción ya puede ir dejando de leer y borrando el torrent dejando de buscar en tiendas de segunda mano, pues “El Submarino” no lo es. Tiene sus momentos, por supuesto, escenas que logran que te tiemblen las manos con un par de tuercas saltarinas y dos gotas de sudor capital; pero no es un largometraje de acción.

Esta es, de largo, la sala más espaciosa del submarino.
Esta es, de largo, la sala más espaciosa del submarino.

“¿Diciplina?” Te preguntarás en los primeros compases. A simple vista es lo prioritario en cualquier buque militar, pero las primeras tomas transmiten todo lo contrario: marineros borrachos, suboficiales borrachos, oficiales borrachos… miedo a no regresar. ¿Verdad que he mencionado la palabra miedo con anterioridad?

¿Puede un plano más simple transmitir tal tensión?
¿Puede un plano más simple transmitir tal tensión?

¿Por dónde iba? Ah, sí, el miedo. Porque además del omnipresente terror a no volver a salir jamás de la superficie, podemos observar como el aparato ideológico nazi se expande hasta las profundidades – qué fino he hilado aquí, ¿eh? – de una Kriegsmarine compuesta por oficiales más atraídos por su marina que por los dictados de Hitler. Bueno, y por una tropa realmente joven, llena de adolescentes de una Alemania que se desangra demográficamente en todos sus frentes.

Presión...
Presión…

Desde nuestro punto de vista, la película no sólo destaca por su ambientación física y psicológica – realmente profunda –, sino que existe una remarcable atención al detalle de la vida a bordo. La primera en la frente, que se suele decir: con la excusa de enseñarle el submarino a un corresponsal de la Armada, Petersen nos detalla todas y cada una de las partes principales de la embarcación la primera vez que tenemos el privilegio de subir a bordo. Para que no nos perdamos. Por cierto, esta guía se realiza sobre dos planos secuencia medidos al milímetro, donde cada uno de los pasos del heroico cámara está marcado para no tropezar en el angosto pasillo con la ajetreada tripulación o con cualquiera de los mandos, tuberías y válvulas que lo inundan todo. Inundan en sentido espacial, no tengan prisa por buscar el agua.

Un destructor británico. La viva imagen del pavor.
Un destructor británico. La viva imagen del pavor.

Y es que esta atención al detalle pasa por explicarnos desde la dinámica de la cama caliente hasta menudencias cotidianas en ocasiones cómicas, pero que no dejan de transmitir tensión. Pondré un único ejemplo: las escenas más duras y oscuras de la película brillan por estar plagadas de frutas en los sitios más inverosímiles. Una contradicción bien real y es que el espacio a bordo de un submarino de la Segunda Guerra Mundial no sobra, precisamente.

Rodaje de una de las escenas en la vela.
Rodaje de una de las escenas en la vela.

Las referencias a la piratería – de la mano de una oportuna mosca – que de facto practicaba el arma submarina nazi y a la cacería practicada por los lobos grises redondean esta especie de “Colmena” que sustituye las calles de Madrid por el pasillo de un submarino; el verdadero protagonista. Como bien indica el título.

Por Alberto Hoces García.

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