Esta película de Hayao Miyazaki que vio la luz en 2008, se centra en la relación de un niño de cinco años, Sousuke, con una pequeña niña-pez que aspira a ser humana, Ponyo. Se trata de una adaptación del clásico de Hans Christian Andersen, La sirenita (Die lille Havfrue), pero pasada por el filtro visual y emocional del director japonés.
Aquí nos presenta la historia en el Japón contemporáneo, sin embargo bañado de magia, como suele ocurrir en sus películas. Dado que se ambienta en una población pesquera, refleja de forma sutil el enorme efecto del mar en la forma de vida de los asentamientos litorales. La agitación y emoción de los días de desembarco, la dureza de la vida del marinero y su familia, así como los peligros del mar, se nos ilustran con pinceladas de cotidianidad en un hilo argumental eminentemente fantástico. Además, vemos una clara crítica ecologista al comportamiento humano, que contamina y daña los ecosistemas marinos, produciendo estragos en sus habitantes. Se trata de una temática ya trabajada por Miyazaki –La princesa Mononoke– que suele presentar a los agentes de la naturaleza en lucha por sobreponerse al daño humano, llegando a desplegar una enorme y peligrosa fuerza. En cualquier caso, rompe una lanza a favor de la convivencia, pues el ser humano desde su bondad podría no solo vivir en equilibrio con los seres que le rodean, sino incluso protegerlos. Esta bondad está encarnada por Sousuke, coprotagonista de esta historia, y su inocencia.
Es cierto que quizás no se trate de la mejor de las obras del famoso director y mangaka, sin embargo, no por ello deja de demostrar una enorme sensibilidad y dulzura. Se trata de una película cuidada detalle a detalle, en la que historia, banda sonora e ilustración trabajan coordinadas, casi a la manera wagneriana, con un gran resultado estético. Es un material muy recomendable para todos los públicos, con un mensaje amable y una reinterpretación fresca de un cuento clásico que casi todo el mundo conoce -de todos modos, tiene otras películas más brillantes de modo que no dejéis de verlas, aunque no hablemos aquí de ellas-, así que a disfrutar de ella.
Por Carlos Moral García