Se nos presenta, de alguna manera, cómo habría que preparar el barco para una tormenta, como por ejemplo cerrando troneras y recogiendo parte del velamen, aunque Flint decide no hacerlo, prefiere ser rápido y poco seguro. El hecho de que la tormenta «espere en el horizonte», como si de una montaña en tierra firme se tratase, es un recurso fantástico; así como la idea de tener a la mayor cantidad de hombres posibles esperando en las vergas a que llegue el momento de recoger velamen, en teoría tras perder al perseguidor. Esto nos recuerda a algunos capítulos de la primera temporada, pues si el viento es demasiado fuerte y no se recoge velamen a tiempo, los mástiles están en riesgo de quebrarse. De ahí que tener a la tripulación encaramada en medio de una tormenta fuera algo impensable, la lógica exigía realizar dicha tarea con cierta prevención. Pero bueno, es Flint. De hecho, asistimos alucinados a un momento en el que se ata al timón y ¡manda a su tripulación bajo cubierta! Ni que decir tiene que hacer eso en medio de una tormenta es como conducir por una autovía y sacar la llave del contacto al mismo tiempo que se suelta el volante.
Mientras tanto, Nassau recibe al famoso Barbanegra, Edward Teach, del que ya hemos hablado por su aparición en el capítulo anterior. Se muestra aprecio hacia su persona entre los piratas por sus hazañas anteriores, algo que históricamente podríamos traducir como fama. El personaje, en su versión novelada, trae consigo unas ideas y prácticas más brutales y agresivas, pues considera que así se forjan los mejores guerreros para las más temibles flotas. En contraposición a ello, se esboza una práctica política en forma de cogobierno en tres partes, presentado por Rackham, de modo que entre Flint, Vane y él mismo se encargasen de la gestión de diferentes aspectos: defensa naval, terrestre y asuntos económicos y logísticos, respectivamente. Se trata de un planteamiento ficticio en comparación a la Nassau histórica, en la que seguramente una compartimentación tan rígida del poder no hubiera existido, al menos sin otros muchos matices.
Por otro lado, vemos como el futuro primer gobernador real de las Bahamas, Woodes Rogers -con pasado como corsario-, está preparando una flota capaz de sitiar Nassau, hacerse con ella e integrarla en la Corona Británica. En este punto, debemos aplaudir al planteamiento de la serie para con la flota, pues se incide en su financiación de manera muy acertada, históricamente hablando. Se presenta como un proyecto a tres partes, la Corona, la propia cartera del futuro gobernador y la iniciativa privada. Dicho modelo fue una práctica común para financiar expediciones militares en el mundo anglosajón de la Edad Moderna, aunque ejemplos como el de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, más conocido, también muestran la importancia de la iniciativa privada en otros territorios. Así, en el que nos ocupa, podemos observar que cada una de las partes posee un interés particular en el éxito de la expedición: la Corona, integrar más territorios y asegurar los que ya posee; el Gobernador, afianzarse en su posición y ascender políticamente gracias a sus éxitos; y la iniciativa privada, pingües beneficios. No es algo nuevo que las guerras benefician a las grandes fortunas.
En los diálogos que mantiene Rogers -por cierto, famoso por rescatar al náufrago que posiblemente inspiró Robinson Crusoe– con la señorita Guthrie, se nos permite conocer algunos de los elementos de la preparación de una expedición de tal calibre. A los económicos ya referidos, con detalles como los sistemas de avales y acreedores, debemos añadir referencias al armamento y avituallamiento. Volviendo a la trama pero sin olvidar la historia, el hecho de que Eleanor no sea condenada, nos proporciona la idea de cómo la justicia, pese a existir reglamentaciones, podía decantarse fácilmente por intereses políticos… o personales.
Además, pero evitando desvelar demasiados aspectos de la trama de esta serie -por si no habéis visto el capítulo-, Silver nos muestra la cara más humana de la piratería y como la vida a bordo fortificaba enormemente los lazos de compañerismo. Habida cuenta del poco espacio en las embarcaciones del siglo XVIII, ¿a quién le gustaría convivir con alguien del que no se fía o con quien se lleva mal? Algo similar se ve en la relación de Barbanegra con Charles Vane, pues el segundo habría sido su pupilo y aprendiz -relación aparentemente ficticia- por lo que el primero lo consideraría prácticamente como un hijo, criado y adiestrado a su imagen y semejanza.
Por Carlos Moral García y Alberto Hoces-García.