En Cartagena de Indias, a 13 de marzo de 1741

Hoy queremos compartir una entrada publicada originalmente en Témpora Magazine porque simboliza uno de los pilares de HyCmar: revisar la historia marítima desde una perspectiva científica y objetiva. Queremos felicitar a Ignacio González Espinosa, su redactor, y animaros a que visitéis la entrada original. Sin más, os dejamos en cubierta el 13 de marzo de 1741.

La mar estaba en calma cuando desde su navío el almirante pudo vislumbrar, recortándose contra el horizonte, el cerro de La Popa. No era la primera vez que se acercaba a esas costas. Aunque en la anterior ocasión se limitó a tirar algunos cañonazos desde lejos con la intención de tantear el terreno y ver la capacidad de respuesta de las defensas de la ciudad.

Ahora, por fin, había llegado el momento. Decidido a conquistar aquella plaza o reducirla a escombros, sin duda pensaba en la fama y la riqueza que le proporcionaría la victoria, las relaciones que se escribirían sobre su heroica gesta y las canciones que se compondrían.

Era el 13 de marzo de 1741, y el almirante inglés Edward Vernon se dirigía hacia el puerto de Cartagena de Indias, en la actual Colombia. Su objetivo era el mismo que el que lo había catapultado hacia el éxito a finales del año 1739, cuando capturó la ciudad panameña de Portobelo:interrumpir el tráfico comercial de los territorios españoles en el continente americano.

La guerra del Asiento o guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748) enfrentó a Inglaterra y España por el control de los mares y del territorio americano. El principal escenario de los combates se produjo en las aguas del Caribe, donde se cruzaron las que en ese momento eran dos de lasescuadras navales más impresionantes.

Los ingleses eran conscientes de que la principal fuente de recursos de la Monarquía Hispánica provenía de sus territorios americanos. El tráfico comercial español en América, desde que  empezó a funcionar de una manera regular, se articulaba en torno a dos puertos principales:Portobelo en el océano Pacífico y Cartagena de Indias en el Atlántico. A través de ellos salían los recursos naturales que se extraían de América y llegaban los productos manufacturados de Europa, así como los esclavos de África. Por eso eran tan importantes aquellos dos puntos estratégicos, y por ello los ingleses habían priorizado el ataque hacia estos dos puntos.

El almirante Vernon ya había conseguido pulverizar las defensas de la ciudad de Portobelo y ahora se dirigía hacia Cartagena con unos 176 navíos. Aunque no había podido comprobarlo de manera fehaciente, sabía que la ciudad no contaba con una guarnición suficiente para hacerle frente y que las murallas, castillos y potencia de fuego estaban muy lejos de lo que requería una plaza de aquellas características.

En Cartagena se encontraba desde 1740 Juan de Eslava, que ostentaba el título de virrey de la Nueva Granada, provincia que había sido reinstaurada el año anterior por la monarquía en previsión de una mejor organización y defensa del territorio. Aunque la capital estaba en Santafé, el virrey quedó en la ciudad, donde sin duda había mucho trabajo por hacer. Hasta allí también había sido remitido por parte del gobierno de Madrid el almirante Blas de Lezo. Avezado hombre del mar, ya había demostrado en diversas ocasiones sus dotes de liderazgo y arrojo, lo que le había proporcionado importantes victorias, además de múltiples marcas en su cuerpo; tuerto, manco y cojo debido a las heridas que había ido sufriendo era apodado, con sorna, el medio hombre.

En Cartagena de Indias se produciría una de las batallas más desiguales en cuanto al número de efectivos. Unos 12.000 hombres como fuerza de desembarco, provenientes de 176 navíos ingleses, a los que hicieron frente los aproximadamente 5.000 efectivos españoles, seis navíos de guerra y las baterías de las murallas cartageneras. Contra todo pronóstico, la ciudad resistió y los sitiadores debieron abandonar su empresa.

Éxito, sin duda. ¿Pero de quién? Poco o nada se habla del virrey, mientras que Lezo se ha convertido, con los años, en una suerte de héroe nacional; incluso a día de hoy es costumbre que un barco de la Armada Española lleve su nombre. Los soldados fueron en última instancia los protagonistas de la batalla, ¿eran peninsulares, criollos? ¿Indígenas? Y de Desnaux, ¿quién se acuerda de él? La batalla se ganó, pero en ello intervinieron diversos factores, los cuáles no siempre han sido analizados de manera objetiva.

Monedas en las que se puede ver a Vernon, victorioso, frente a Blas de Lezo arrodillado. Fuente

Vernon tenía razón sobre el estado de las defensas y la guarnición cartagenera. De hecho, informes llevados a cabo por los propios gobernantes nos permiten conocer a día de hoy ellamentable estado de las murallas y cañones que defendían la plaza desde hacía años. La tropa fija se había instaurado en la ciudad pocos años antes y los oficiales se quejaban de lo difícil que resultaba encontrar un número suficiente de soldados, y máxime que estos fueran competentes en el ejercicio de las armas. Desde la Península habían  llegado pocos meses antes dos regimientos como tropas de refuerzo: el de España y el de Aragón; muchos de sus integrantes habían fallecido ya a consecuencia del clima y el viaje. En definitiva, entre todos sumaban unos 4.300 soldados, a los que se unieron unos 500 voluntarios de la milicia de la ciudad en la que participaban negros y mulatos libres. A estas heterogéneas fuerzas se sumaban unos 600 indios flecheros.

Los oficiales españoles se quejaban del gran número de mestizos y mulatos que formaban parte de la tropa fija. Dejando de lado los prejuicios étnicos de los que los mandos hacían gala, lo que sí es cierto es que los efectivos que defendían la ciudad, en su mayoría, estaban lejos de ser una tropa profesional y bien organizada. No menos cierto era, por otro lado, que el número de oficiales excedía a los necesarios y que muchos de ellos no estaban exentos de la lacra de la corrupción: participantes activos o colaboradores necesarios en el contrabando, también era práctica habitual entre ellos computar a un número mayor de tropas a su cargo de las que realmente tenían, con el fin de quedarse con el sueldo de estos “soldados fantasma”.

La corrupción también había llegado al terreno de las infraestructuras. Las murallas y castillos que defendían la ciudad y la entrada a su puerto se hallaban en un pésimo estado, ya que en muchas ocasiones se habían usado para su construcción materiales que no eran los adecuados y tampoco se habían llevado a cabo las tareas de mantenimiento necesarias. Con este fin, desde España se había enviado a un ingeniero de origen francés, que tenía por misión reparar las maltrechas fortificaciones,Carlos Souvillard Desnaux.

Cuando las tropas inglesas comenzaron el ataque sobre la ciudad, Vernon vio clara la victoria y envió informes tan favorables sobre ello a Inglaterra que se mandaron acuñar monedas en las que aparecía el propio almirante bajo la leyenda de “conquistador de Cartagena”. Como se suele decir: “Se vendió la piel del oso antes de cazarlo”. Tradicionalmente se ha defendido que la batalla de Cartagena fue un acto heroico por parte de las tropas españolas, comandadas por Blas de Lezo, quien demostró una vez más sus dotes de mando y su genialidad. Sin embargo, la hazaña no fue tan espectacular, los ingleses cometieron graves errores durante su ataque y Lezo, al menos en esta ocasión, estuvo muy lejos de tener un papel activo durante la batalla.

Cuando el almirante español llegó a Cartagena el año anterior se vio obligado a desembarcar  sus tropas y buena parte de los cañones de sus navíos fueron a parar a la defensa de las murallas de la ciudad. Lezo era un hombre de mar y aquella nueva situación debía de producirle cierta incomodidad. Pronto surgieron las diferencias entre él y Sebastián de Eslava; ambos eran hombres bastante orgullosos y celosos de su parcela de poder dentro del reducido espacio de la ciudad, por lo que la tensión se hizo palpable. Se culparían en repetidas ocasiones, el uno al otro, de los errores que se produjeron en la defensa de la ciudad.

El primer lugar, los ingleses atacaron San Luis de Bocachica, en la entrada a la bahía de Cartagena. Nadie quería ir a comandar a la pequeña guarnición que lo custodiaba, por lo que el encargado de esta misión, casi suicida, fue Carlos Desnaux quien recordemos era ingeniero y no oficial. El bombardeo contra el maltrecho castillo no duró demasiado y San Luis fue demolido hasta los cimientos. Por suerte, gran parte de los combatientes, incluido el propio Desnaux, pudieron replegarse hacia la ciudad.

Lezo decidió, llegados a este punto, hundir sus propios navíos con el fin de bloquear la entrada al puerto de la ciudad. Fue un grave error. La operación se realizó de manera tan desastrosa que los barcos fueron arrastrados por la marea y no supusieron ningún obstáculo; también se mandaron a pique varios navíos mercantes, cuyas indemnizaciones deberá pagar la corona. Para más inri, el buque insignia “La Galicia” fue apresado por los ingleses antes de que fuera hundido, debido a que la mecha que se colocó en la carga era demasiado larga. Quedaron así los pocos barcos españoles que servían a la defensa hundidos sin aportar nada, mientras que el mejor navío de la flota se encontraba ahora en manos inglesas.

El siguiente punto donde atacarían las tropas de Vernon era el castillo deSan Felipe de Barajas. De nuevo fue enviado allí Desnaux, quien tuvo que hacer frente una vez más a una desesperada situación. Mientras los oficiales, incluidos Lezo y el virrey Eslava, se encontraban lejos de la acción, el ingeniero francés tuvo que resistir el asedio inglés. Para colmo de males, el estado del castillo de San Felipe no era mejor que el de San Luis de Bocachica.

Pero por suerte para los defensores en el mando inglés, al igual que pasaba en el español, comenzaban a aflorar las tensiones y divisiones internas. Vernon se mostraba impaciente y creía que la operación de conquista estaba tardando demasiado debido a la ineficacia de las tropas terrestres, comandadas por el  general Thomas Wentworth, quien a su vez se quejaba de la poca ayuda prestada por el fuego naval. Pero el almirante inglés alegaba, acertadamente, que si no se destruían antes las baterías era inútil acercar los barcos a la ciudad.

Con el fin de destruir el castillo de San Luis los ingleses prepararon un ataque terrestre por dos flancos. La sorpresa y la coordinación eran claves en este punto, pero todo lo que podía salir mal salió. El primer grupo, guiado por un desertor español, acabó perdiéndose en la noche. El segundo, al no contar con apoyo, se vio hostigado de manera directa por el fuego que se disparaba desde el castillo. Sin embargo, la situación seguía siendo bastante complicada para los defensores, quienes apenas disponían ya de alimento y municiones.

Por eso, en la noche del 20 de abril, en lo que fue un ataque suicida y desesperado, las pocas  tropas que quedaban en el castillo comandadas por Desnaux salieron en tropel, pillando desprevenidos a unos desorientados, diezmados y famélicos ingleses. En mitad de la noche un heterogéneo grupo de soldados, entre los que se incluían un buen número de indios flecheros, atacó con sus últimas fuerzas a las tropas inglesas que debieron huir.

Obligados a retirarse, los mandos ingleses volvieron a discutir airadamente sobre la situación. Vernon tenía claro que todo había sido un error monumental por parte de las tropas terrestres, mientras que Wentworth seguía pidiendo más apoyo por parte de la marina. En el bando español, por su parte, Lezo y Eslava discutían sobre si preparar una ofensiva aprovechando su reciente victoria, de lo que era partidario el primero, o aprovechar para preparar mejor las defensas de la ciudad. Mientras se dirimía esta cuestión, Vernon, intentando mostrar que tenía razón y buscando su propia redención, mandó al Galicia, el otrora buque insignia de las tropas españolas, a bombardear la ciudad. Sabía de ante mano que se trataba de una acción que no funcionaría, pues los bombardeos apenas causaron daños en las cúpulas de las iglesias antes de que el barco fuese hundido por las baterías de la ciudad; los 300 voluntarios que iban a bordo, salvo seis, lograron huir. Tras esta última acción, afectados por la derrota y las enfermedades tropicales, los barcos ingleses fueron abandonando la bahía de Cartagena para nunca volver.

Empezó en esos momentos otro combate, esta vez sobre el papel. El virrey y el almirante comenzaron a culparse el uno al otro de los errores cometidos en el asedio y, lo que es más importante, a apropiarse todos los méritos por la victoria. En principio parece que se le dio más crédito a lo dicho por Eslava, quien acusó a Lezo de haber cuestionado sus órdenes sistemáticamente, no aportar nada a la batalla y hundir todos sus barcos sin presentar combate. El almirante, de hecho, fue llamado con urgencia a Madrid, donde la Corte se disponía a ajustarle las cuentas. Puede que la historia hubiese sido distinta si esto hubiese ocurrido, pero Lezo nunca llegó a viajar, pues moriría en Cartagena. Por su parte, Eslava será ascendido a virrey del Perú, aunque nunca llegará a tomar de manera efectiva su cargo, pues se verá obligado a quedarse en Cartagena.

Estatua en honor a Blas de Lezo en Cartagena de Indias. Fuente

 

Por parte de España no se hará ninguna autocrítica, es lo que tienen las victorias. La situación de las defensas en América seguirá siendo la misma o peor. Cuatro años después de la victoria frente a los ingleses, las tropas de Cartagena se sublevarán contra los oficiales de la ciudad y contra el propio Eslava, debido a la precaria situación en la que se encontraban y la reducción de sueldos que sufrían. Podemos ver que los protagonistas de la victoria nunca no se vieron recompensados por sus esfuerzos. Después de este último episodio Eslava será llamado a la Península y dejará su cargo en América.

Mientras tanto, en la Corte, los marinos que se encontraban bajo órbita del Marqués de la Ensenada empezaron a limpiar la reputación de Lezo. A día de hoy todos lo recuerdan por su victoria en una batalla que no fue naval.

Por último, Desnaux será enviado a España cuatro años después de la batalla debido a que estaba gravemente enfermo.

La historia no trata a todos por igual, y en el caso de la batalla de Cartagena los méritos de la victoria se repartieron de una manera muy desigual.

Bibliografía

KUETHE, A., “La batalla de Cartagena de 1741: nuevas perspectivas”, enHistoriografía y Bibliografía Americanistas, XVIII.I, 1974.

MARCHENA F., J., “Sin temor de rey ni de dios. Violencia, corrupción y crisis de autoridad en la Cartagena colonial”, en Marchena, J y Kuethe, A, (eds),Soldados del rey. El ejército borbónico en América Colonial en vísperas de la independencia, Castellón: Universidad Jaime I, 2005.

QUINTERO SARAVIA, G. M., “Don Blas de Lezo. Biografía de un marino español”, Madrid: Editorial EDAF, 2016.

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